Todos cometemos errores, y cuando hablamos de ellos, es común recordar solo los que hemos cometido, los que otros han cometido, y, quizás, algunas veces, las consecuencias de algunos de ellos. Sin embargo, muy raramente nos detenemos a realizar un análisis o una introspección más profunda sobre cuáles errores estamos cometiendo hoy, que podrían traernos consecuencias mañana, y que, cuando llegue ese momento, ya será demasiado tarde para evitarlas.
Luego del error viene el lamento, y con este último llega un mar de sensaciones y sentimientos: frustración, ira, confusión, miedo, desesperación… y así continúa una lista interminable de consecuencias no deseadas que moldean y condicionan nuestra vida diaria. Un solo error puede traer una consecuencia tan devastadora que podría incluso marcarnos para siempre, y no solo a nosotros, sino también a los seres que amamos.
Por otro lado, otra cosa que condiciona los resultados, el alcance o el impacto en nuestras vidas provocado por nuestros errores es, sin duda alguna, nuestro entorno. Dependiendo de quiénes estén a nuestro alrededor, podemos salir victoriosos o, al menos, saber sobrellevar las consecuencias de nuestros errores. O, por otro lado, podemos quedar aún más hundidos en un mar de arrepentimiento, aislados, solos, y con un sentimiento de culpa que nos marcará cada día de nuestras vidas.
Reflexionar es el Primer Paso
Ahora bien, es momento de tomarte un minuto para reflexionar sobre nuestros errores. Ya sabemos que todos hemos tropezado. Nuestros errores —ya sean un pecado evidente o una actitud que nos desvía— son parte de nuestra humanidad, ya sea por perseguir placeres vacíos o por aferrarnos a heridas pasadas. Y aunque, en realidad, da igual la razón por la cual sucedió, lo que hagas con el resultado es lo que realmente marcará la diferencia entre una vida nueva y restaurada o una vida marcada por el error.
En la Palabra encontramos la fascinante historia del hijo pródigo, que, sin mucha diferencia, representa a cualquiera que se aleja de Dios. Es una de las historias más poderosas de la Biblia, y además es un recordatorio del amor incondicional de Dios y del poder del arrepentimiento. Es, sin más ni menos, nuestra historia, repetida una y otra vez, pero con una enseñanza profunda: si nos arrepentimos y volvemos a nuestro Padre, seremos perdonados y restaurados.
El hijo pródigo comienza exigiendo su herencia, abandona a su padre y derrocha todo en una vida disipada (Lucas 15:13), terminando entre cerdos (Lucas 15:16). Su historia refleja nuestras caídas, sobre todo esos momentos en que buscamos consuelo en lo pasajero. Sin embargo, en Lucas 15:17-18 leemos: “Y volviendo en sí, dijo:… me levantaré e iré a mi padre…” Este momento captura el proceso de reconocer el error, que no es un logro propio, sino un toque de la gracia de Dios que nos permite decidir cambiar y regresar a Él. El mensaje es claro: el pasado no determina el futuro cuando elegimos arrepentirnos.
La Palabra continúa: “Me levantaré” (Lucas 15:18), que representa un acto de decisión y fe. No se quedó lamentando su fracaso, sino que eligió moverse hacia la restauración. Esto refleja el corazón del arrepentimiento, que no es solo sentir culpa, sino cambiar de dirección. La palabra bíblica para arrepentimiento, metanoia, significa un cambio de mente que lleva a una nueva vida. Hechos 3:19 lo expresa claramente: “Arrepentíos, pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.”
Levantarse es un paso activo, un rechazo a quedar atrapado en el error. El error revela nuestra necesidad de Dios y prepara el camino para nuestra restauración.
La Palabra ofrece muchos ejemplos de quienes cayeron y se levantaron. David, tras su pecado con Betsabé, oró: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Salmos 51:10). Pedro, tras negar a Jesús, fue restaurado para liderar (Juan 21:17). Proverbios 24:16 asegura: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse.” Por eso entendemos que levantarse no depende de nuestra fuerza, sino de la gracia de Dios. Salmos 37:24 añade: “Cuando cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano.” En nuestras luchas, errores y derrotas, el arrepentimiento es quien nos levanta para buscar a Dios.