Vivimos en un mundo donde el ruido exterior es fuerte, pero el ruido interior muchas veces grita aún más. Todos, en algún momento, enfrentamos batallas internas: luchas que nadie más ve, pero que consumen nuestras fuerzas, minan nuestra paz y nos roban el gozo. Ansiedad, culpa, miedo, rencor, inseguridad… Son cargas que, aunque invisibles, se sienten más pesadas que cualquier carga física.
Y frente a esto, hay una palabra que Dios nos susurra en medio del caos: “Suelta”.
¿Por qué nos cuesta soltar?
Soltar no es fácil. A veces pensamos que al soltar, perdemos. Soltar el control parece sinónimo de debilidad. Soltar una ofensa parece injusto. Soltar una herida parece olvidar. Pero la verdad es que soltar no es perder, es confiar. Es poner en manos de Dios lo que ya no podemos cargar.
Muchos de nosotros llevamos años cargando culpas del pasado, heridas no sanadas o sueños rotos. Nos hemos acostumbrado tanto a ese peso, que ya forma parte de nuestra identidad. Pero el llamado de Jesús sigue vigente:
“Vengan a mí todos los que están cansados y cargados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28).
Las batallas más duras no se pelean afuera, sino adentro
Es más fácil aparentar que todo está bien que enfrentar lo que realmente sentimos. Pero mientras más escondemos nuestras luchas internas, más poder les damos. Ignorar la ansiedad no la elimina. Tapar el dolor no lo sana. Las batallas internas no desaparecen solas; necesitan ser enfrentadas con valentía, sinceridad y, sobre todo, con Dios de nuestro lado.
Josafat, rey de Judá, enfrentó un ejército que humanamente no podía vencer. Su reacción fue clave: no trató de ganar con fuerza, sino con fe. Se postró, clamó, y Dios le respondió:
“No temáis ni os amedrentéis… porque no es vuestra la batalla, sino de Dios” (2 Crónicas 20:15).
¿Y si eso mismo aplica para ti hoy? ¿Y si la batalla que estás tratando de pelear solo, Dios te está diciendo que se la entregues?
Soltar es el primer paso hacia la sanidad
Cuando decides soltar, estás eligiendo dejar de depender de tus fuerzas. Estás diciendo: “Dios, esto me supera, pero no te supera a Ti”. Soltar es dejar de controlar y empezar a confiar. Es rendirte, no como quien se rinde en derrota, sino como quien se rinde en adoración.
Muchos han encontrado libertad no cuando todo se resolvió, sino cuando soltaron la necesidad de entenderlo todo. Soltaron la herida, y comenzó la sanidad. Soltaron la culpa, y experimentaron el perdón. Soltaron el miedo, y encontraron propósito.
¿Qué necesitas soltar hoy?
Quizás es una relación tóxica, un recuerdo que duele, una expectativa que no se cumplió, o el deseo constante de complacer a todos. No importa cuál sea tu batalla, hay esperanza. Dios quiere pelear contigo, pero necesita que sueltes el arma y le entregues el control.
Hoy es un buen día para comenzar a soltar. No porque todo esté bien, sino porque cuando sueltas lo que te pesa, puedes recibir lo que Dios tiene para ti.
Soltar no es una señal de derrota, sino una declaración de fe. Es la llave que abre la puerta a la paz en medio del caos. Es el inicio del proceso de sanidad y restauración. Y es, sin duda, una de las decisiones más valientes que podemos tomar cuando enfrentamos nuestras batallas internas.
