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Cuando las montañas no se mueven

Cada mañana, cada uno de nosotros, nos despertamos con una cantidad increíble de ideas, pensamientos, sueños, metas, anhelos y un sin fin de deseos que pretendemos o que profundamente queremos lograr o satisfacer. Nuestro corazón se llena de júbilo con cada pequeño logro o conquista, que para unos pueden parecer insignificantes, pero que para nosotros puede representar un milagro que hemos estado esperando por largo tiempo.

Nuestra naturaleza humana nos ha convertido por excelencia en seres que anhelamos ser satisfechos a nuestro antojo de alguna manera, esto, aunado a la profunda presión social, económica, política y religiosa, nos ha hecho indiscutiblemente seres insatisfechos en todos los campos de la vida, donde todo el tiempo confundimos los sueños y anhelos, con simples caprichos humanos que satisfacen nuestro ego.

A pesar de todo, nuestro empeño y nuestra fe nos hacen dependientes del deseo del cumplimiento de aquellos anhelos, ciertamente, no todos son materiales, hay quienes desean sanidad, sabiduría, entendimiento, poder o control, pero en su gran mayoría son propios, dirigidos primeramente a nosotros y muy raramente, esas aspiraciones son profunda y sinceramente para alguien más.

No se malentienda, tener deseos y anhelos propios no está mal. Querer ver nuestros milagros cumplirse tiene mucho significado y valor, y no está mal orar por ellos y pedir a nuestro Padre por el cumplimiento de ellos (si es su voluntad). Pero, ¿qué pasa si esas oraciones no son contestadas, al menos de la forma que tu esperas o deseas o cómo mantienes la fe en esos momentos?

La certeza de lo que se espera

Lo primero que debemos recordar es que la fe, “…es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Quiere decir, que si nuestras oraciones aun no son respondidas, o entendemos que aun no lo han sido, nuestra fe no puede desmayar, pues nuestra convicción es una garantía aunque no podamos ver o entender la respuesta que estamos recibiendo, o cuando lo que estamos viendo y viviendo, es totalmente opuesto o distante a lo que esperamos.

Daniel 3:16-18 dice: “…Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. En este pasaje, ellos se encontraban en una situación más que peligrosa: estaban a punto de ser cocinados vivos. Pero su fe, ante esta situación tan adversa, terminó siendo quien inclinara la balanza a su favor, pues Dios intervino de manera milagrosa.  

Así como estos varones judios, cada día, nuestra fe es probada de muchas maneras, en ocasiones con pequeñas cosas, como cuando no vemos la sanidad que esperamos, cuando el dinero para las cuentas no llega o no alcanza, cuando la llamada que esperamos se demora, o simplemente cuando vemos que el tiempo transcurre y nuestras fuerzas para seguir orando comienzan a desmayar. Es ahí cuando debemos recordar que la verdadera fe no depende de los resultados, sino de la fidelidad de Dios, aun si Él no responde como esperamos, debemos seguir confiando.

“…aunque no vemos nuestras oraciones o milagros respondidos de la forma que nosotros deseamos, no significa que Dios no está obrando y haciendo muchos otros milagros por nosotros.”

Ahora bien, es importante recordar, que aunque no vemos nuestras oraciones o milagros respondidos de la forma que nosotros deseamos, no significa que Dios no está obrando y haciendo muchos otros milagros por nosotros. Hablo de aquellos que no son percibidos porque los consideramos menores; que ignoramos, o que damos por sentado como si fueran un derecho garantizado al nacer. Sí, hablo del aire que respiras, del nuevo día que pudiste vivir, de la cama que te arrullo durante la noche o del plato de alimento que pudiste disfrutar, olvidando, por completo, los millones de personas que no tuvieron esos “pequeños” milagros.

Recordemos además, que muchas de las “esperas” y de los “no” recibidos, también son respuestas, solo Dios sabe, en su eterna sabiduría, misericordia y amor, que es lo mejor para ti y para los que te rodean. Estos también enseñan, nos fortalecen, nos mantienen, nos encaminan y nos preparan para lo que nosotros necesitamos, en lugar de lo que nosotros queremos, de acuerdo a su voluntad, pero sobre todo, para su gloria.

Por último, pero no menos importante, recuerda que la Palabra dice en Jeremías 29:11 “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. ¡Así que confía, aunque la montana, no se mueva!

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