Imagina por un segundo que alguien te diga que eres tinieblas. ¿Qué sentirías? Si no tienes una respuesta clara, déjame ayudarte un poco. Según el Diccionario de la RAE, la palabra tiniebla tiene varias definiciones: se refiere a la ausencia total o parcial de luz, ya sea literal (como en la noche) o figurada (como en la ignorancia o el pecado). También puede significar oscuridad moral o intelectual, describiendo un estado de confusión, error, ignorancia o maldad. En el contexto bíblico, “tinieblas” se usa para describir el pecado, la ignorancia o la ausencia de Dios.
Entendiendo ahora el significado, ¿qué sentirías si alguien te dice que eres oscuro moralmente, ignorante, que estás confundido o, peor aún, que eres un malvado? Seguramente sentirías coraje o que te han faltado el respeto; te sentirías mal por tan grave acusación, o tratarías de esconderte o desviar la atención. Pero, de cualquier manera y en primera instancia, al menos te sentirías avergonzado.
Éramos Tinieblas, No Solo Estábamos en Ellas
Aunque hoy eso forma parte literal de nuestro pasado (lo cual es un gran alivio), la Palabra nos confronta con esta verdad radical en Efesios 5:8: “No solo estábamos en tinieblas, éramos tinieblas, aunque ahora somos luz”. La Biblia no suaviza nuestra condición antes de Cristo; deja claro que no solo vivíamos en la oscuridad, sino que literalmente éramos oscuridad, definidos por el pecado y la separación de Dios. Romanos 3:23 lo reafirma: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
Esta tiniebla se manifestaba (y en algunos casos aún puede manifestarse) en vidas centradas en nosotros mismos, que buscan validación en el mundo y se esconden tras máscaras de falsa perfección o, quizás, cediendo ante hábitos que nos esclavizaban pero que aun así amábamos. Como dice Juan 3:19: “Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Antes de Cristo, nuestras elecciones reflejaban esa oscuridad, ya fuera por orgullo, miedo o conformismo.
Pensar en que éramos tinieblas evoca un tiempo de confusión espiritual. Tal vez vivíamos fingiendo estar bien, usando máscaras para ocultar inseguridades o pecados. Quizás buscábamos consuelo en cosas pasajeras como el reconocimiento, el placer o el éxito, que solo nos hundían más en nuestra oscuridad.
Una Nueva Identidad, Una Nueva Responsabilidad
Sin embargo, después de la venida de Jesús, la luz de Cristo irrumpe, transformando nuestra identidad y también nuestra misión. Ahora debemos vivir como hijos de luz, visiblemente, sin máscaras y con integridad. La transformación en Cristo es total, como dice 2 Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas”. Esta nueva identidad no se basa en nuestros méritos, sino en la obra de Cristo en la cruz.
Ser luz significa que ya no somos definidos por nuestro pasado oscuro. Sin embargo, esta nueva identidad conlleva una nueva responsabilidad: vivir visiblemente, sin las máscaras de la hipocresía y abrazando la integridad. Esto, sin duda, representa un reto, pues vivimos en un mundo que fomenta la apariencia sobre la autenticidad, lo cual lo convierte en algo amenazante y contracultural.
Vivir sin Máscaras: El Reto de la Integridad Cristiana
Vivir sin máscaras requiere valentía. Significa ser honestos sobre nuestras luchas, inseguridades y fracasos, sin temor al juicio. Esta transparencia, además de reflejar integridad, implica alinear nuestras acciones con nuestra fe, lo cual puede ser especialmente desafiante cuando nadie nos ve. Pero, en definitiva, se trata de vivir de manera que otros vean a Cristo y no a nosotros.
Por otro lado, vivir como hijos de luz no significa que nunca más tropezaremos. Significa que debemos perseverar, lo cual implica rechazar las máscaras que nos tientan, no fingir fortaleza ni ocultar pecados, y vivir en la verdad. Las tinieblas del mundo —tentaciones, presiones, pecados— nos acechan cada día, por eso la Palabra nos advierte en 1 Pedro 5:8: “Sed sobrios, velad; porque vuestro adversario el diablo… anda buscando a quien devorar”.
La Batalla Diaria por Permanecer en la Luz
No caer nuevamente en las tinieblas es un acto de resistencia interior, un compromiso con la luz que habita en nosotros. Las tinieblas representan el miedo, la duda, el odio o la desesperanza, que se intensifican aún más en momentos de crisis. Son sombras que buscan apagar nuestra esencia, pero no son invencibles, pues ya Cristo las ha vencido.
No caer en las tinieblas es un llamado divino a permanecer en la luz de Dios. Las tinieblas simbolizan el pecado, la desesperanza y la separación de su amor, pero el Señor nos ofrece su gracia para resistirlas. Sobre todo en los momentos de prueba, cuando la duda o el miedo amenazan con apagar nuestra fe, debemos aferrarnos a la promesa de su presencia eterna.
La Palabra nos recuerda en Juan 8:12 que Jesús es “la luz del mundo”, y esta luz no es solo externa, sino una chispa divina en nuestro corazón que se aviva con la oración, la confianza y la obediencia.
Por último, recuerda: cada día es una batalla diferente. No temas al mundo con sus sombras, pues quien sigue a Cristo se convierte en la sal y luz del mundo.
