Caer, tropezar, perder, fallar, son algunos de los verbos más temidos entre los seres humanos. Nadie quiere saber de ellos o sobre ellos; de hecho, solo pensar en alguno ya es motivo suficiente para comenzar a sufrir, aun sin estarlo viviendo en el momento. Pero todos estamos condenados a sufrir de más de una forma. El fracaso es una experiencia humana universal que, aunque dolorosa, no necesariamente define nuestro destino.
Pregúntate, ¿quién no ha caído?, ¿quién no ha sufrido?, ¿quién no ha perdido o fallado? Las respuestas a estas preguntas cuentan con un 100% de afirmación. Nadie ha escapado del dolor producto de algún tipo de pérdida o tropiezo. Todos los seres humanos a lo largo de la historia han caído y sufrido de alguna o de muchas maneras, en ocasiones una vez tras otra y con diferentes tipos de intensidades y significados.
El significado de la caída para cada ser humano es diferente. Cada uno sufre de manera distinta, con duraciones distintas. Hay personas que, tan pronto se caen, una sacudida y se levantan. Otros primero recuperan las fuerzas para tomar un envión o impulso y seguir andando. Y hay quienes se caen y quedan postrados ante estos desafíos, quedándose incluso años en el lugar de la caída o la derrota, mientras la vida sigue avanzando. Ellas decidieron detenerse y contemplar el dolor desde lo más bajo.
Ciertamente, así como todos caemos y sufrimos de forma distinta, la capacidad de reaccionar ante algún tipo de adversidad es igual de diferente. No todos tenemos la capacidad de levantarnos y seguir, y no todos saben cómo hacerlo, sobre todo cuando salir del foso implica usar nuestras propias fuerzas y nuestra propia voluntad.
En principio, todos entendemos la caída como algo malo y doloroso. Tropezar es sinónimo de interrupción o desbalance en nuestro andar; sufrir es sinónimo de llanto y/o dolor. Sin embargo, dentro de la Palabra, siendo fuente de inspiración y consuelo, nos ofrece un mensaje algo diferente, con otra perspectiva, donde se nos invita a que, en lugar de condenarnos, sea la libertad de la esperanza la que gobierne y gestione el proceso. Nos muestra, además, que las caídas son temporales, sin importar el tipo o el tiempo, y que con la ayuda de Dios, podemos levantarnos, aprender y avanzar hacia su propósito.
Un Dios que sostiene y levanta
Seguramente, cuando caíste te sentiste solo, abrumado, despreciado, incomprendido, y puede que hasta juzgado, sin fuerzas, sin ánimos de levantarte una vez más, entregado al dolor, a la condenación, al sufrimiento. Tienes además esa sensación de injusticia. Te preguntas: ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Crees que no hay salida, que nadie te escucha o te entiende, que nadie sabe de tu dolor, pues al estar en tu pecho, nadie lo puede sentir igual. Así que, si hoy mismo te sientes de esa manera, este mensaje es para ti.
Desde nuestra perspectiva humana, como mencionamos anteriormente, la caída es algo negativo. El sufrimiento, al ser doloroso, es evitado a toda costa, pues no vemos el beneficio ni el significado del proceso. Sentimos que es el fin, que no hay nada más detrás de esa caída. Significa el fin de la esperanza, y no conseguimos ver la oportunidad que está ante nosotros, ya que nos enfocamos en lo que no nos gusta hoy, pero que si lo conseguimos ver desde otra óptica, seguramente nos traerá algún tipo de bendición más adelante.
Ahora bien, dentro de la Palabra, la perspectiva es muy diferente. No se presenta el fracaso como un final, sino como una etapa en el camino hacia la restauración y el crecimiento. Dice el Salmo 37:24: “Cuando cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano”. Este versículo nos da una verdad y dos promesas: “Cuando cayere” significa que indudablemente sucederá, en algún momento o circunstancia caeremos. Y es cuando Dios hace la primera promesa: “no quedará postrado”, dando a entender claramente que no vas a estar en ese foso de leones para siempre. Y una segunda que asegura: “Jehová sostiene su mano”, es decir, aunque enfrentemos derrotas, Dios nos sostiene para que no permanezcamos en el suelo.
De manera similar, el Salmo 145:14 declara: “Jehová sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos”. Aquí vemos el carácter compasivo de Dios, quien no solo impide que nos hundamos, sino que activamente nos levanta, restaurando nuestra esperanza, nuestra fe.
Debemos guardar y tallar estas palabras en las tablas de nuestros corazones. Dios es un Dios de segundas oportunidades, que transforma nuestras caídas en testimonios de su gracia. No es el fracaso quien define nuestro destino, Dios lo hace. Si confiamos en su sostén, buscamos su dirección y perseveramos en la fe, podemos levantarnos, sabiendo que Él nos sostiene y levanta para cumplir su propósito.
Finalmente, la invitación es para que hoy, independientemente de cuál sea tu circunstancia, decidas que sea Dios quien te inspire a ver la caída como una oportunidad para levantarte, para crecer y acercarte a su plan redentor, sin olvidar que en cada caída, ¡Dios sostiene y Dios levanta!