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El Poder del Perdón

Normalmente, cuando pensamos o mencionamos la palabra perdón, nuestra memoria nos ubica inmediatamente al frente de alguna o varias personas que creemos, nos deben algo, puede que por algo que hicieron o dejaron de hacer, quizás algo que dijeron o callaron, pero que de alguna forma nos lastimaron o  hirieron nuestro orgullo, moral o sentimientos. Por eso quedamos con la necesidad de que ese alguien exprese, voluntariamente y de corazón su arrepentimiento, para luego nosotros comenzar nuestro proceso de sanación.

Antes de profundizar en este tema, es bien importante aclarar que la disculpa y el perdón son diferentes entre sí: así como la acción de disculpar y perdonar no tienen el mismo significado o mismo alcance, el perdón proviene del griego “Aphiemi”, que según varios estudios, se menciona más de 150 veces dentro de la Palabra, y significa, enviar lejos, enviar, dejar ir, dejar ser, permitir, no obstaculizar, dejar, alejarse de alguien, divorciarse, dejar para que lo que queda pueda permanecer; mientras que disculpar, proviene del latín y está formado por la unión de dos elementos, por un lado el prefijo dis- (negación) y por otro la palabra culpa (error o falta cometida).

Es decir, el perdón va mucho más allá de solo aceptar el daño recibido, aún sin intención del agresor. A través de la disculpa, el perdón además requiere de todo lo mencionado anteriormente, por lo que se debe enviar lejos la ofensa, dejar ir lo negativo, permitir a la memoria dejar atrás la ofensa, no obstaculizar la sanación con el recuerdo, dejar las emociones explosivas de lado, alejarse de alguien, sobre todo de ese yo tan incisivo y poco empático, divorciarse de la rabia, enojo y deseos de venganza, para que lo poco bueno que esté dentro de nosotros, no sea consumido.

Seamos ahora honestos, cada uno de nosotros ha necesitado pedir y dar perdón; sin embargo, esa balanza también está descompensada, pues para nosotros aceptar perdonar a alguien, somos exageradamente exigentes, recordamos la hora, el minuto y segundo de la falta, enumeramos los detalles, la situación, el momento, las condiciones, en fin, todo, para hacer entender al ofensor o agresor cuán costosa y dolorosa ha sido su ofensa. Mientras que cuando nosotros somos los que necesitamos ser perdonados, queremos minimizar nuestra ofensa para intentar convencernos de que realmente no ha sido tan grave lo que hemos cometido.

Cuando actuamos de esta manera, nos convertimos en la antítesis de lo que la Palabra nos enseña en Efesios 4:32 “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” Quiere decir, deseamos que otros sean benignos y misericordiosos con nosotros, mientras no lo somos con quienes nos ofenden.

En este tiempo, es bastante común escuchar que el perdón es un acto de liberación tanto para el que lo da como para el que lo recibe, y no deja de ser cierto, cuando viene del fondo del corazón. Ahora bien, cuando usamos esta expresión para lucir sabios, maduros y desprendidos, desligados ya de la ofensa, pero por dentro el alma aun se siente herida, no conseguimos liberarnos del resentimiento y la amargura, por lo que no experimentamos la verdadera libertad.

“Perdono pero no olvido”

Cuántas veces has escuchado o usado tu mismo la expresión: “Perdono pero no olvido”, este perdón condicionado, se encuentra totalmente separado del perdón real y más cercano a una disculpa genérica, pues al guardar un ápice de esa ofensa, no somos totalmente libres del dolor que nos ha causado, además que tampoco liberamos a nuestro ofensor, pues nos guardamos la carta del rencor en caso de que sea necesario exhibir nuestro perdón. 

Ahora bien, es nuestro deber aprender a perdonar, dentro de la Palabra, Jesus nos enseña a pedirle al Padre que perdone nuestras ofensas (Mateo 6:12) y no disculpar nuestras ofensas. Imagina por un segundo que Dios te responda con aquellas palabras: “te perdono pero no olvido lo que has hecho”, inmediatamente sabrías que no estás perdonado totalmente. Sin embargo, cuando vienes hacia él y naces de nuevo, sabes que tus pecados son perdonados sin condiciones.

Por eso Jesús nos enseñó a perdonar de la misma manera que Él nos ha perdonado; Al soltar el resentimiento y la amargura, experimentamos la verdadera libertad que viene al imitar el corazón de Dios, quien nos perdona sin condiciones, una vez tras otra, cada día, cada vez, así que la próxima vez que necesites perdonar, recuerda que tu también has sido perdonado, y que la Palabra te invita a hacerlo infinitamente en Lucas 17:3 “Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale“.

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