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Escuchando a Dios en la rutina

La rutina, es considerada un asesino silencioso, no solo de la vida, sino además del alma y el espíritu. La rutina es por excelencia, desde el punto de vista negativo, la que nos impide ver con otros ojos lo que sucede a nuestro alrededor; es decir, nos acostumbramos tanto a ver y hacer la cosas una vez tras otra, que dejamos de impresionarnos o maravillarnos, e incluso de reaccionar e identificar cuáles son nuestras bendiciones cada dia.

El trabajo, la escuela, el tránsito, la casa, los niños, que si se debe organizar, que si debemos limpiar, que debemos ir, hacer y dejar de hacer; las cuentas por pagar, el dolorcito de cabeza, el familiar enfermo, en fin… Pudiéramos seguir enumerando infinitamente cada una de las cosas que componen nuestra rutina, algunas de ellas claramente agradables y por el contrario muchas no tanto, sin embargo todas ellas tienen algo en común: tienen un propósito.

Ahora bien, la rutina muchas veces no tiene un significado inmediatamente positivo. En ocasiones son solo la puerta para situaciones más complicadas, que si no identificamos a tiempo, pueden terminar convirtiéndose en verdaderas avalanchas, que arrasan y congelan todo nuestro ser, dejándonos sin fuerzas, sin energías, sin ánimo, sin voluntad, pero sobre todo, sin fe.

Lo que causa la rutina

Otras de las características de las rutinas, es que las identificamos mayormente con algo fastidioso, cansón y fatigante por ser sostenida durante un periodo prolongado de tiempo, convirtiéndonos en una máquina que hace las cosas sin ninguna necesidad de razonamiento, al menos, profunda, pero que además, genera una cantidad de estrés y ansiedad en cualquier actividad que realizamos durante nuestra vida.

Incluso, las actividades que disfrutamos a diario, esas rutinas digamos placenteras, en algún momento se convierten en esa monotemática descripción anterior, por lo que dejamos de disfrutarlas así sea por un periodo corto de tiempo, pero con un resultado igual de devastador, frustrados, ansioso, etc.

Es en esa espiral, en esa carrera o “rueda de la rata” que solemos pasar nuestros días, convertimos nuestra vida diaria en una prisión sin salida, asfixiante, agotadora y oscura. Nos enfocamos tanto en los objetivos que olvidamos aquellos propósitos que comentamos anteriormente, por lo que además, pasamos por alto la importancia de detenernos para escuchar la voz de Dios, aun cuando nos dice en Salmos 46:10 “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.”

Un ejemplo sería, cuando estamos tan concentrados en ganar el dinero para las cuentas, que pasamos por alto recordar y dar gracias a Dios por que tenemos ese trabajo que nos ayuda a conseguirlo. Olvidamos que trabajamos no por dinero sino por el sustento de una familia con la que Dios nos ha bendecido, una familia que aunque no sea la más armoniosa del planeta, hay quienes no la tienen y desean. Nos quejamos del alquiler cuando al menos podemos tener un techo para nosotros y nuestra familia. No estamos satisfechos con el auto por que no es el más lindo o nuevo, cuando hay personas que deben caminar, y pudiéramos continuar con cada detalle que pasamos por alto, solo por nuestra rutina.

“…el propósito es que levantes tu mirada al cielo y reconozcas cuanto Dios te ama, que te ha bendecido de muchas maneras, tantas, que aun ni te enteras de algunas…”

Es en esos detalles que debemos escuchar la voz de Dios, dice la palabra en Filipenses 4:6 “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”, hoy, y aunque suene trillado, da gracias porque conseguiste abrir tus ojos, aun con dificultad, hoy Dios te ha regalado una nueva oportunidad para abrazar la vida, con una visión diferente de esa mecánica rutina, el propósito es que levantes tu mirada al cielo y reconozcas cuanto te ama, que te ha bendecido de muchas maneras, tantas, que aun ni te enteras de algunas, pero sobre todo que le abras, pues esta tocando tu puerta justo al leer esta líneas.

Es por eso que hoy la invitación es que des un alto a esa rutina abrumadora, escudriña dentro de ella el verdadero propósito, reflexiona sobre las bendiciones que ya tienes, agradece por ellas, tómate un minuto para apreciar la vida que Dios te ha dado por gracia, y si existe alguna necesidad que perturbe tu corazon, pidele, el inclina su oído y encontrarás un mejor camino, aun en medio de la rutina. 

Salmos 40:1-2 “Pacientemente esperé a Jehová,Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso;Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.”

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