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Manteniendo la calma en la tormenta

Dentro del cristianismo y de la cultura general, se utiliza con frecuencia la palabra “tormenta” con un significado un poco diferente, ya que cuando se hace referencia a ella, no necesariamente hace alusión a la acción de la perturbación atmosférica violenta como lo define la RAE, sino que se hace una analogía de todas sus características en nuestra vida diaria, pero en específico a un momento en particular: los difíciles. 

Existen varias características que pueden definir una tormenta, pero entre ellas se encuentran particularmente dos que son totalmente necesarias para que se cumpla su concepto, y es que debe ser violenta, además de terriblemente amenazante, que sin referirse únicamente a la condicion climatologica, describen a cabalidad las diferentes situaciones que todos los seres humanos enfrentamos no una, sino constantemente en nuestro dia a dia.

Ciertamente, al ser violentas y amenazantes, se convierten en una combinación letal para nuestras emociones, y es que el ser humano por naturaleza, tiende a sedimentar sus emociones, sobre todo aquellas asociadas con el estrés, temor, desilusión, miedo, entre otras, es decir, nos quedamos estáticos donde decimos, sentimos o creemos cosas como: aquí estoy seguro, haciendo esto estoy tranquilo, de esta forma nadie me perturba, aquí nadie me hace daño, entre otras tantas.

Sucede, que apenas vemos una nube en el horizonte, nuestro sistema nervioso se comienza a alterar. Sólo por ver la posibilidad de que se pueda formar una tormenta nuestro sistema de alerta se activa, ni hablar de cuando comienza a briznar o el aire trae consigo ese olor a humedad y tierra mojada que nos dice que la tormenta está cerca. En este punto, ya solo pensamos en el refugio, pues no queremos ser alcanzados por ella, y si por coincidencia vamos saliendo de alguna tormenta anterior, todas nuestras angustias se multiplican.

“En este punto, ya solo pensamos en el refugio, pues no queremos ser alcanzados por ella, y si por coincidencia vamos saliendo de alguna tormenta anterior, todas nuestras angustias se multiplican.”

Ahora bien, ese temor, esa angustia, ese miedo, ese nervio que nos produce cada una de las tormentas que azotan nuestra barca, son el resultado de la confianza que depositamos en nosotros mismos; del fracaso de nuestro ego al darnos cuenta que no todo lo teníamos controlado, de nuestra muy limitada capacidad para aceptar que no todo lo podemos por nuestros propios medios, y que, la fe que depositamos a nuestras propias facultades, nos hizo crear un espejismo de independencia y seguridad absoluta.

Todos, sin excepción, tenemos algún tipo de tormenta, o incluso varias al mismo tiempo soplando de diferentes direcciones. Nos ha faltado el dinero, la salud se ha deteriorado, el carro se ha descompuesto, llegó el dinero y se ha dañado alguna cosa indispensable, se acabó el trabajo, no hay comida suficiente, un familiar enfermo, la condición de mi hijo, de mi padre, de mi hermano, son tantas y tantas las diferentes tormentas, que nos enfocamos en ellas y en sus posibles consecuencias, olvidándonos por completo que no estamos solos en ellas, sino que Jesus, está con nosotros.

En Marcos 4:35-41, la Palabra nos muestra como Jesús calma la tormenta, en medio de un barco que se anegaba, donde las olas batían la embarcación y los vientos azotaban con la fuerza de una tempestad. Sin embargo, ante esta situación el se encontraba durmiendo, y no fue hasta que le fueron a despertar que se levantó, reprendió el viento, y este cesó.

De manera idéntica, funciona nuestra vida. Nuestra barca, es azotada por las tormentas cuando navegabamos tranquilamente, hasta parecer que ahora nos estamos hundiendo con ella, ocasionando desespero, angustias y temores, sin embargo, así como en la Palabra, en medio de las tormentas de la vida, Jesús sigue estando en el barco, preguntándonos dónde está nuestra fe y porque tememos con tanto empeño, haciéndonos recordar que no debemos enfocarnos en el tamaño de la tormenta, sino en la presencia de quien tiene poder sobre ella.

Es por eso que la invitación al final de esta líneas, es sembrar una semilla de fe, que germine y sus frutos tengas la certeza y convicción de que Dios está en control, aun cuando tu barca está anegada, aun cuando el viento azote tu vida, aun cuando todo alrededor de ti sea noche y oscuridad, en medio de tu tempestad, esta un Jesús, para calmar tus tormentas, por que es a él a quien el viento y el mar obedecen.

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