Nos encontramos a las puertas de un nuevo año, al final de una temporada que para muchos ha sido una encrucijada entre la fe y la acción: dos caminos aparentemente separados pero que se entrelazan para forjar un mismo destino; donde hemos aprendido que la fe sin obras, sin acción, ha sido como una vela en el viento, que alumbra de momentos y se apaga apenas una brisa la bate.
Seguramente, te has identificado algunas veces durante el año con lo arriba descrito. Has sentido tener la fe para afrontar la vida y sus retos de cada mañana, y de repente, cuando menos lo esperas, cuando crees que tu fe te ha salvado de alguna situación, por sorpresa, sucede algo, que rompe y quebranta aquella fe que creíamos indestructible y bien fundamentada, descubriendo que nuestra fe, muchas veces, por momentos, es de cristal.
La vida en sí, es retadora, desafiante y muchas veces, aparentemente injusta ante nuestros ojos y nuestras creencias o experiencias. Nos presenta desafíos personales, sociales, políticos, religiosos, familiares y sentimentales, pero además espirituales, donde la sola experiencia, conocimiento, sabiduría, o todo lo que podamos hacer no son suficientes. En ocasiones, la vida suele ser tan abrumadora, que es indispensable tener fe, para conseguir las fuerzas necesarias para seguir caminando y luchando.
En una reflexión anterior, describimos que era la fe, y que de alguna forma tú la tenías, que donde era depositada esa fe, era lo que hacía la diferencia y que si no estaba en el lugar correcto, se convertía en esa fe de cristal, donde funciona todo perfectamente, hasta que descubres que “yo” no todo lo puedo, a pesar de mis esfuerzos.
Una fe transformadora
Es aquí cuando la acción y la fe se encuentran más profundamente: cuando las circunstancias parecen abrumadoras, nuestra fe nos dice que hay un camino, y nuestra acción nos impulsa a encontrarlo, a veces creándolo nosotros mismos con nuestras propias manos bajo la dirección divina, (como cuando Noé construyó el arca), es exactamente en ese punto cuando demostramos que nuestra fe no es pasiva y es una fuerza dinámica, transformadora.
Imagina cada día como una página en blanco en el libro de tu vida, esperando ser llenada con acciones que reflejen tu fe. Si crees en la paz, actúa para traer paz a tu entorno. Si confías en la provisión de Dios, actúa con generosidad y sabiduría. Si esperas un futuro de esperanza, trabaja cada día para construir ese futuro, piedra por piedra, con decisiones que reflejen tu fe en un plan mayor. Después de todo la Palabra nos enseña en Santiago 2:17 “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”, por lo que una no puede estar separada de la otra.
En Jeremías 29:11 nos ofrece una visión más clara sobre ese plan mayor, pues nos dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”, donde esta promesa se convierte en semilla de nuestra fe, pero es a través de la acción que esta semilla brotará y dará fruto en nuestras vidas, sin olvidar que antes de brindar frutos, fue puesta bajo tierra, bajo presión, en la oscuridad, sola, sin espacio para moverse, tal cual tu te puedes sentir ahora mismo.
Es por eso que decimos que cada nuevo día es una oportunidad para convertir nuestra fe en acción. Esto significa que debemos arremangarnos y trabajar en los sueños que Dios ha plantado en nuestros corazones, sabiendo que Él no solo nos guía, sino que también nos provee y capacita para superar los obstáculos, pues la fe nos da la visión, pero es la acción la que construye el camino hacia esa visión, es en esa intersección donde se manifiestan los milagros cotidianos de la vida.
Es necesario, que nuestra fe sea tan viva y palpable como la acción que la acompaña para que cada uno de nosotros se convierta en un testimonio viviente de que confiamos en los pensamientos de paz que Dios tiene para nosotros, donde no esperamos un buen final, sino que trabajamos incansablemente hacia él.
Por último, pedimos y oramos a nuestro Padre creador, que este año venidero, nuestra fe no sea solo un sentimiento o una creencia, sino una fuerza que nos impulse a actuar, a vivir de manera que cada día sea una demostración de la confianza en un Dios que tiene para nosotros un plan de bien y no de mal, un plan para darnos esperanza y un futuro, después de todo, recuerda que la palabra dice en Hebreos 11:1“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.