Después de nuestro nacimiento, es a través de nuestra mirada que conseguimos percibir con mejor detalle las cosas que nos rodean. Más allá de los otros sentidos, es la vista la que nos permite mayormente archivar recuerdos, memorizar experiencias, aprender y dimensionar nuestra conducta o comportamiento, además de permitirnos apreciar el mundo, tal cual nos rodea.
Otra de las características principales de nuestra mirada, es que nos permite ubicarnos en tiempo y espacio; es decir, es a través de nuestros ojos que podemos saber dónde estamos, en qué momento nos encontramos, y más importante aún, a dónde nos dirigimos. En fin, nuestra vista es literalmente un faro que nos guía.
Es en este punto donde nuestra mirada se torna un poco más compleja, pues a través del tiempo notamos que nuestra percepción muchas veces no coincide totalmente con el del resto de las personas, ya que las experiencias, conocimientos, situaciones y caminos recorridos han sido diferentes para cada uno de nosotros, por lo que clasificamos las cosas entre bueno o malo, lindo o feo, grande o pequeño y así con cada una de nuestras experiencias de acuerdo a lo que nuestra mirada nos ha permitido observar.
Además de todo lo anterior, la mirada es el motor que pone en marcha la imaginación. Es la chispa que enciende el fuego que calienta nuestros sueños, anhelos, conocimientos, oportunidades y un sin fin de cosas maravillosas. Sin embargo, es también la que alimenta nuestros miedos, complejos, frustraciones, condiciona nuestras acciones, es la que nos paraliza y nos hace dudar, congelando el resto de nuestros sentidos, dejándonos inmóviles y sin acción. ¡Sí! Paradójicamente es ambas cosas: es como una lucha entre dos guerreros, donde el que gana es el que mejor está entrenado.
“Infelizmente, el guerrero que mejor entrenamos es el negativo, es el que nos empequeñece, el que nos limita, y se vuelve tan íntimo que aseguramos que no es posible vencerlo.”
Infelizmente, el guerrero que mejor entrenamos es el negativo, es el que nos empequeñece, el que nos limita, y se vuelve tan íntimo que aseguramos que no es posible vencerlo. Aún sin intentarlo, nos atemoriza y nos repite constantemente que estamos mal, pero que si lo intentamos y no lo conseguimos estaremos peor, petrificando nuestras acciones y torturandonos al admirar a otros en supuestas mejores situaciones, sin nisiquiera saber si esas personas quisieran por contrario estar saliendo de ellas.
Esto quiere decir, que la depresión, la angustia y la ansiedad son el resultado de cómo miramos las cosas, fuera y dentro de nosotros, y cuando entendemos esto, en ocasiones nos envalentonamos y miramos al frente para continuar. Pero si las cosas no salen como esperamos, esos sentimientos solo se agudizan, hasta que un momento, sin darnos cuenta, nos hemos desahuciado, renunciamos a la mejor versión de nosotros porque simplemente nos convencemos de que no somos suficientes para hacer grandes cosas.
Ahora bien, la historia de la humanidad está repleta de personajes que se sintieron exactamente igual o peor de que tu ahora; que vivieron desiertos interminables, con noches realmente oscuras. Que se vieron traicionados, acusados, torturados, abandonados o excluidos, peor aún, por personas cercanas a ellas. Sin embargo, desde su aparente derrota, miseria, dolor, pena y llanto consiguieron hacer grandes cosas, que quizás ni en sus sueños consiguieron imaginar. Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.“
David, Job, Jose, Elías, Jonás o Jeremías, son sólo algunos de los personajes bíblicos que sufrieron y pasaron por situaciones que fácilmente podemos comparar con las nuestras. Sin embargo, Dios hizo de ellos un instrumento maravilloso, no sólo para su gloria, sino para ser un ejemplo a millones de personas que vivieron en sus tiempos y los nuestros, donde Dios, en su infinito amor y misericordia, miro dentro de ellos, en lugar de observar lo que el resto de personas y hasta lo ellos mismos miraban y percibían de sí mismos, para crear una joya digna de admiración, no solo para ser expuesta, sino además, con un propósito.
En 1 Samuel 16:7 dice: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. Quiere decir, que Dios siempre utiliza lo menos esperado para hacer grandes cosas. Así que si te sientes pequeño, o poca cosa, ¡alégrate! Dios mira dentro de ti y te está buscando para bendecirte y usarte para su propósito.