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Nunca Más Ansiosos

La vida moderna, día tras día, parece estar diseñada para mantenernos en un estado constante de alerta. Desde las preocupaciones cotidianas sobre el dinero, el trabajo y la salud, hasta los temores más profundos sobre el futuro y el propósito de nuestra existencia, la ansiedad se ha convertido en una sombra muy oscura que nos sigue a donde quiera que vayamos.

Para muchos de nosotros, la ansiedad es como una corriente de agua subterránea que corre silenciosamente bajo la superficie de nuestras vidas, erosionando poco a poco nuestra paz y nuestra capacidad de avanzar. No siempre se manifiesta de manera evidente: en ocasiones aparece disfrazada de pensamientos recurrentes, de una sensación constante de urgencia o de un miedo inexplicable que nos paraliza frente a decisiones importantes. Incluso en su forma más sutil, la ansiedad nos susurra que no somos suficientes, que el futuro es incierto y que nuestros sueños son inalcanzables.

Este sentimiento constante de urgencia no solo nos paraliza en el presente, también tiene el poder de robarnos el futuro, sobre todo cuando permitimos que el miedo domine y se perpetúe día tras día. Entonces, se convierte en cadenas que atan los pies y las manos del corazón, dejando también a la mente atrapada en un ciclo de preocupación, sin ver posibilidades y solo contemplando obstáculos, transformándose en una carga muy pesada.

No estemos ansiosos

Sin embargo, en medio de esta avalancha de inquietudes y preocupaciones, la Palabra de Dios nos ofrece una invitación radical: “No estén ansiosos por nada”. En Mateo 6:25-26, Jesús nos dice:

“Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni guardan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?”

Para enseñar e ilustrar su punto, Jesús nos dirige hacia las aves del cielo, criaturas simples y frágiles en comparación con nosotros, que viven sin la carga de la ansiedad. No siembran ni cosechan, no planean ni almacenan (en algunos casos sí), y sin embargo, cada día encuentran sustento. ¿Cómo es posible? Porque el Padre celestial las alimenta. Esta imagen no es solo una observación poética de la naturaleza, es una declaración profunda sobre la provisión de Dios y su cuidado por todo lo que ha creado. Y es aquí donde radica el primer paso para liberarnos de la ansiedad: reconocer nuestro valor ante los ojos de Dios.

Cuando entendemos que no somos meros accidentes en el universo, sino hijos amados de un Creador soberano, la ansiedad pierde su poder. Ya no se trata de cuánto podemos controlar o asegurar por nuestra cuenta, sino de cuánto estamos dispuestos a confiar en Aquel que tiene el control de todo.

Aquí llegamos al corazón de esta reflexión: la libertad que encontramos al poner nuestras ansiedades en las manos de Dios. En 1 Pedro 5:7 se nos exhorta: “Depositen en él toda su ansiedad, porque él cuida de ustedes.” Este acto de entrega no es pasividad ni resignación; es un reconocimiento activo de que no estamos diseñados para llevar solos el peso del mundo. Cuando soltamos nuestras preocupaciones y las colocamos en las manos de Dios, no solo encontramos paz, también recuperamos la capacidad de avanzar.

“Entregar nuestras ansiedades a Dios no significa que los problemas desaparecerán mágicamente; significa que ya no nos definen ni nos controlan.”

Imagina por un momento cómo sería tu vida si realmente vivieras sin ansiedad. ¿Qué sueños perseguirías si no tuvieras miedo al fracaso? ¿Qué riesgos tomarías si supieras que Dios está contigo en cada paso? Entregar nuestras ansiedades a Dios no significa que los problemas desaparecerán mágicamente; significa que ya no nos definen ni nos controlan. En lugar de ser esclavos del “¿qué pasará si…?”, nos convertimos en hijos libres que confían en el “Dios proveerá”.

Nunca más estar ansiosos no es un ideal inalcanzable, es una promesa que podemos reclamar. La ansiedad puede detenernos y derrumbar nuestros sueños, pero Dios siempre nos ofrece una alternativa: una vida de confianza, paz y propósito. Y cuando ponemos nuestras ansiedades en Él, no solo encontramos descanso para nuestras almas, también descubrimos la libertad de perseguir lo que Él ha puesto en nuestros corazones. Porque si el Padre cuida de las aves del cielo, cuánto más cuidará de nosotros, sus hijos amados, y nos llevará a lugares que ni siquiera hemos imaginado.

La invitación final es que hoy decidamos inspirarnos a soltar nuestras cargas y a caminar con valentía hacia el futuro que Dios tiene preparado. Porque en sus manos no hay sueño demasiado grande, ni ansiedad demasiado pesada, que Él no pueda transformar en una historia de victoria.

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