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Tardo para hablar, tardo para airarse

La comunicación, aquel medio por el cual transmitimos la mayoría nuestros mensajes, deseos, intenciones, preocupaciones, anhelos, sueños y necesidades, es el puente que existe o se crea desde lo que está dentro de nosotros hacia el exterior, hacia un receptor, que primeramente debe estar en capacidad y deseo de construir ese puente y recibir el mensaje que proviene del emisor.

Suena complicado, y ciertamente muchas veces lo es, porque a menudo el mensaje que queremos transmitir no llega al receptor de manera adecuada y genera malentendidos, que a su vez, son la semilla donde germina un sinnúmero de sentimientos. A pesar de ello, es casi imposible dejar de hablar o comunicarse para expresar una idea, opinión o sentimiento, aunque en ocasiones, sea mejor no manifestarse.

Enfrentando el Enojo

Dentro de ese sinnúmero de emociones se encuentra el enojo, que a pesar de ser una emoción natural del que todo ser humano sufre sin excepción (y el que diga que no miente), es la que mayores consecuencias trae consigo, pues es la puerta de entrada a un mayor número de peores sentimientos, intensos, descontrolados y llenos de vanidad, como lo son la rabia, la ira o la furia, por la que las respuestas que se emiten en esas condiciones, normalmente son con el objetivo de agredir, bien sea física, verbal, moral o psicológicamente.

Existen varios tipos de ira, pero existen dos que sobresalen: la externa y la interna. La externa es aquella explosiva, como su nombre lo indica; se enciende y apaga con moderada facilidad, pero sin necesidad de incitar la  venganza; sin embargo, la más dañina y peligrosa es la interna: la que explota y no se exterioriza. Esta es contínua y prolongada, permanece en la mente y en el alma envenenado ambas, no acepta soluciones pacíficas ni temporales, por lo que esta es la cuna de la venganza.

“Es fácil sentir molestia o enojo: como seres humanos y respondemos ante estímulos; sin embargo, la ira es la consecuencia de ese enojo no canalizado correctamente…”

Es fácil sentir molestia o enojo: como seres humanos y respondemos ante estímulos; sin embargo, la ira es la consecuencia de ese enojo no canalizado correctamente, enquistado en el corazón y nuestros pensamientos, pero que todos tienen algo en común: viven del pasado, de acciones y situaciones que han sucedido y que no logramos aceptar, digerir, entender y superar, pero que en todo caso no podemos cambiar, pues nadie está molesto, con rabia, o llenos de ira por algo que sucederá mañana o dentro de un año.

La Biblia nos enseña a no ser dominados por nuestras emociones, sino a buscar la sabiduría y la paz de Dios para tomar decisiones saludables y responder con amor en momentos difíciles; Dice la Palabra en Santiago 1:19-20 “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”

Quiere decir, Dios nos ha dado una lista de pasos a seguir, cuando nos encontremos en esa situación, con el objeto principal de obrar en su justicia: nos pide que escuchemos, incluso lo que no se expresa literalmente, que demoremos en hablar, para dar una respuesta concienciada, nos pide demoremos en airarnos, porque sus consecuencias son difíciles de llevar. “Pesada es la piedra, y la arena pesa; Mas la ira del necio es más pesada que ambas”. Proverbios 27:3.

Por otro lado, las consecuencias de sentir ira y responder bajo esas condiciones, también nos afecta física y mentalmente, aumenta la tensión arterial, el corazón se dispara a un ritmo acelerado,  se producen cantidades enormes de adrenalina, se dilatan las pupilas y se debilita el sistema inmunológico, además de entristecer al espíritu santo, Efesios 4:30-3 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”.

La invitación de hoy es para abrir las puertas de nuestra memoria y que abandonen nuestro ser, el dolor, frustración, rencor y todo sentimiento que nos predispone a airarnos con facilidad, es para abrir nuestro corazón y dejar salir  todo lo que lo estruja y no deja espacio para amar al prójimo, es a perdonar las ofensas, como ya fuimos perdonados, para que nuestra alma esté en paz y nuestro espíritu esté en comunión con nuestro creador, el llamado hoy, comienza porque seamos tardos para hablar, tardos en airarnos, pero por sobre todo, que seamos prontos para perdonar.

En fin, para que seamos como Jehová, “Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia”. Salmos 103:8

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