Los seres humanos, por definición y costumbre, somos seguidores naturales. A través de la historia y de toda nuestra vida, seguimos los caminos, ideas, costumbres, pensamientos y comportamientos que alguien más no ha enseñado, mostrado e incluso, en algunas oportunidades han caminado con nosotros.
Desde nuestros padres, al inicio de nuestro recorrido por el mundo, hemos sido diseñados y moldeados para seguir a algo o alguien. Este comportamiento normalmente controla todos los aspectos de nuestra vida, nuestras ideas y sentimientos están moldeados y adaptados a todo tipo de controles, donde los sociales, profesionales, religiosos, políticos, y escolares, y son los más comunes dentro de una gama infinita de parámetros de seguimiento.
Muchos de estos parámetros o rutas de seguimiento tienen una razón de ser específica y fundamental. Un ejemplo muy común son nuestros padres; ellos nos invitan de todas las formas posibles a seguir caminos de bien, estudiar, trabajar, comer sano, balancear los tiempos de ocio, para que los resultados (aunque no son garantizados), en cierta medida tenga una probabilidad de llevarte a un lugar seguro, y cuando el resultado es positivo, repetiremos la ruta de seguimiento cuando nos toque enseñar a nuestros hijos.
En este caso, seguir a alguien bajo esos parámetros de protección, puede que sea algo fácil de cumplir, pues ante el más mínimo desvío, tenemos un correctivo que nos hace volver al camino. Sin embargo, y a medida que vamos creciendo, nuestras propias experiencias y las experiencias de otros nos hacen desviar la mirada a otros caminos y destinos. Los seguimos, porque en ocasiones son más interesantes o llamativos, donde los riesgos son mayores, y aún conocedores de esto, continuamos haciéndolo a nuestra manera, y no como nos habían sugerido.
Es por esto que inevitablemente llegan momentos donde se nos exige, hasta por nuestro propio beneficio, seguir un plan, un proceso, un camino, que nos lleve o nos de resultados que cumplan expectativas, no solo de nuestra vida, sino además, las de nuestro entorno. Sólo que con un detalle agravante: nadie nos explica cómo hacerlo, ni las consecuencias de hacerlos mal, por lo que terminamos haciendo las cosas a nuestra manera, a nuestra propia voluntad, con nuestros parámetros y en nuestros tiempos, teniendo como resultado el que todos sabemos y esperamos la mayor parte del tiempo: un resultado no muy favorable que terminamos lamentando.
“Pero ignoramos lo espiritual… pues creemos ciegamente que tenemos tiempo para seguir los caminos y planes de Dios mañana, en el futuro o cuando nosotros queramos…”
Lo complicado de todo esto, es que sucede en todos los ámbitos a nuestro alrededor, día a día. Pero en el que peores consecuencias podemos pagar es en el espiritual, que así lo ignoremos nos afecta a varios niveles, y que muy a menudo, por no decir que la mayoría del tiempo, está último en la lista de prioridades, pues creemos ciegamente que tenemos tiempo para seguir los caminos y planes de Dios mañana, en el futuro o cuando nosotros queramos, ignorando por completo que ninguno de nosotros sabe cuando sera el ultimo dia en esta tierra.
Lucas 9:59-62 explica: “Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
Esta lectura sigue intacta y vigente hasta hoy. Es uno de los más claros y contundentes mensajes que el mismo Jesús nos regaló, no solo en términos de cuál camino debemos seguir, sino además, cuáles deben ser nuestras prioridades, por lo que necesitamos alinearnos al plan de Dios para poder llegar a la meta.
Sin embargo, y aun sabiendo esto, insistimos con afán, hacer y seguir los planes y caminos que personalmente nos hemos trazado; aquellos de la gloria terrenal que es donde encontramos dolor, depresión, ansiedad, temor, desilusión, apatía, rencor, rabia, soledad, angustia, y todo tipo de sufrimiento, cuando lo único que debemos hacer es seguir como nos dice la palabra en Deuteronomio 5:33 “Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer”
No importa cuán oscuro, tenebroso y lúgubre parezca o sea tu camino hoy, su palabra será lampara a tus pies y lumbrera a tu camino!; “¡Sígueme!” te dice Jesus: “yo soy el camino, la verdad y la vida.”
¡Te esperamos el domingo en casa!