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La lección más importante

¡Te amo! Quizás sea la expresión más ansiada, deseada, querida y anhelada por todas las personas, de todas las edades, de todos los tiempos, países y culturas del mundo. Y al mismo tiempo, quizás sea la más malinterpretada de la historia de la humanidad.

El amor, como lo enseña el mundo casi diariamente, es aquel sentimiento de enamoramiento donde la mente se nubla, el corazón late fuerte, las mariposas en el estómago revolotean y la emoción de estar y compartir con esa persona hace que el tiempo vuele o se detenga. Ese amor idealizado, romántico, quizás sea el némesis del verdadero concepto del amor, con el que no puede competir, pues es tan grande y profundo que queda desnudo y menospreciado ante un acto de amor verdadero.

Muy a menudo escucho a la gente preguntar a sus parejas: ¿por qué me amas? Inmediatamente, las respuestas suelen ser una caravana inagotable de elogios, características, valores, exaltaciones y reconocimientos de una persona hacia la otra: “te amo porque eres buena conmigo”, “te amo porque eres lo mejor que me ha pasado en la vida”, “te amo porque me has enseñado tanto”, “te amo porque…” ¿Te suena familiar? Si tu respuesta es sí, déjame decirte que no estamos hablando de amor real, porque en el momento en que el amor necesita un “por qué” o una razón, comienza a ser condicional. Y si no cumples con las condiciones, el amor se acaba.

Permíteme darte un ejemplo: digamos que conoces a una persona del tipo que consideras buena, hogareña, que trabaja en equipo, te da cariño, te atiende, no discute, siempre tiene una palabra o algún gesto de agradecimiento; en términos generales, es un sueño cumplido para ti. Bajo estas condiciones, o mejor dicho, ante esta inmejorable lista de atributos, es realmente fácil encontrar razones para amar a esa persona. ¿Estamos de acuerdo, no?

Sin embargo, cuando pasa el tiempo, comenzamos a ver los defectos de esa persona. De repente, ya no se ve tan amable, tan generosa, dócil y apacible; no es tan cariñosa, y eventualmente se muestra temperamental. Tiene sus días grises en los que es mejor no hablarle para no perder más el encanto o evitar distanciamientos, y cuando su humor está maltratado, es imposible acercarse. Es entonces cuando amar a esa persona ya no es tan sencillo, pues su conducta no nos satisface del todo, por lo cual es difícil darle un lugar privilegiado frente a quienes sí nos tratan bien.

Hacemos esta comparativa porque, en el fondo de nuestros corazones, todos tenemos la necesidad de sentirnos amados. Y muchas veces nos comportamos no como la persona que conocimos al principio, sino más bien como aquella que ya llevamos tiempo conociendo. Es exactamente en este punto donde todo da un giro inesperado, pues a pesar de que nosotros somos y nos comportamos como alguien difícil de amar, siempre ha existido alguien que, aunque no lo merezcamos, nos amó primero: Dios.

Permíteme darte una mejor explicación en otro contexto. Dice la Palabra en 1 Corintios 13:4-8:

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…”

Cuando leemos esta definición sobre qué es el amor y cómo se identifica, el concepto que teníamos internalizado (el del mundo) sencillamente se desmorona. Pierde validez, sentido e incluso nos confronta y nos cuestiona qué tipo de amor damos y recibimos. Es decir, cuando finalmente entendemos que el amor no se trata de recibir, sino más bien de dar incluso sin merecerlo, comenzamos a abrir los ojos a una nueva realidad: el amor es mucho más de lo que nosotros podemos sentir.

Por esto, la Palabra también nos enseña que el amor de Dios, expresado en la cruz, es el verdadero. Además de ser la enseñanza central del evangelio, es también una invitación a recordar que todo lo que somos y hacemos nace de esta verdad: hemos sido amados, salvados y enviados a amar, como dice la Palabra de Dios en Juan 3:16:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo…”

Solo por un segundo, imagina cuánto debe amarte alguien para ofrecer la vida de su hijo, y que sufra de una manera tan violenta, cruel, brutal, inhumana, desgarradora, humillante y despiadada, para que tú, sin merecerlo, puedas ser salvado y tengas vida eterna. Imagina por un segundo cuánto debe amar ese alguien para que, incluso siendo castigado de esa manera, levante la mirada y diga a Dios:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”
(Lucas 23:34)

Así que, de ahora en adelante, recuerda primeramente que si hay alguien que te ama desde siempre —incluso desde antes de tu nacimiento y que lo hará hasta el fin de los tiempos—, ese es Dios. Recuerda además que el amor no se trata de sentimientos, sino de entrega y sacrificio. Y por último, pero no menos importante, recuerda que amar de esa forma también es uno de los primeros mandamientos.
Mateo 22:37-39 dice:

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

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