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La actitud correcta.

A muchos de nosotros se nos hace realmente familiar la expresión: “La Actitud Correcta es… seria… fue.. podría… etc.”, normalmente es puesta en uso cuando reaccionamos de alguna forma ante alguna situación, tanto en forma positiva como negativa. Lo cierto es, que cada uno de nosotros tenemos una definición y alcance diferente de cuando usarla, pues son nuestros sentimientos los que controlan mayormente nuestras reacciones, y por ende, todas las “actitudes” son diferentes.

Imagina por un segundo que sin querer tropiezas a alguien en el mercado. Algunas personas podrían reaccionar con rabia, otras con ira, algunas otras pueden ni prestar atención y otras muchas hasta solo quedar sorprendidas. En todos los casos y en primera instancia todos creerían que la actitud que tomaron fue la correcta; de la misma forma, funciona en sentido contrario, si ganaras un premio, las reacciones serían diferentes en todos, algunos podrían reir, otros saltar y hasta llorar de emoción.

Ahora bien, ante cada una de las situaciones en nuestras vidas, todos tenemos diferentes “actitudes” y rara vez nos detenemos a evaluar si como actuamos es verdaderamente de la forma correcta. Decimos y hacemos cosas sin pensar en sus consecuencias, incluso cuando la Palabra dice en Proverbios 16:23 “El corazón del sabio hace prudente su boca,Y añade gracia a sus labios.” Adicionalmente, todo se complica un poco más pues creemos y sentimos que no tenemos guía que nos indique si nuestras actitudes son las correctas.

Sucede que dentro de cada uno de nosotros, tenemos una lista interminable de rencores, miedos, frustraciones, heridas y malas experiencias que nos han lastimado y creando, muchas veces, una sensación de abandono. Esas cicatrices, sanadas en apariencia por fuera pero que por dentro sangran cuando alguien las toca, y estas son las responsables de las actitudes que tomamos erróneamente, aun cuando en el libro de Proverbios 19:11 dice: “La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa.”.

La mayoría de esas cicatrices están ocultas en nuestro yo más interno, guardadas en el baúl del corazón, por lo que cuando las cosas van bien y nuestros días son de caricias, solemos estar alegres, apacibles, nuestra actitud es de bienestar, euforia, sentimos que hemos superado todo y que no necesitamos nada más. Pero la Palabra nos advierte en Hebreos 3:12 “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;” 

Realmente es muy fácil esconderse detrás de una coraza de alegría, o de la cobija de las satisfacciones personales que cubren nuestras carcasas corroídas a lo largo de los años, pero ¿Qué sucede cuando las cosas no van como deseamos? Solo basta “imaginar” una situación adversa para que todo nuestro mundo de cristal se quiebre a pedazos, pues hemos estacionado nuestra Fe en la parada de “no la necesito porque todo está bien”.

Son esos momentos, cuando comenzamos a tener la actitud incorrecta, es cuando comenzamos a reclamar que no merecemos esas situaciones indeseables o esos momentos del día a día que no son satisfactorios, con contratiempos, tropiezos, molestias y sentimientos negativos. Nos olvidamos pues que la Palabra en Juan 16:33 nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.”

Durante nuestro andar, vamos a tener aflicciones, retos, situaciones adversas que nos hacen dudar de lo valiosas que son esas experiencias. Ellas también son oportunidades para crecer, para madurar; son caminos que Dios ha diseñado para prepararnos a cosas mejores, con lecciones de vida incluidas, que se repiten sino las aprendemos y que debemos de mirar con los ojos de nuestros espíritu. Por eso la Palabra dice en Filipenses 4:4-5 “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca.”

¡Esta sería la actitud correcta!

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