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Nada en Él se perderá

Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada…

Hay momentos en nuestra vida en los cuales decimos: “¿Y de qué valió tanto esfuerzo? Mejor hubiese sido no haber hecho nada… ¡¡¡Nunca!!! ¡¡¡Tanto nadar para morir en la orilla!!!” o pensamos “jamás lo vuelvo a hacer… jamás vuelvo a confiar… jamás vuelvo a amar así… ¡No! Sería una ilusa pensar en caer en algo así de nuevo. ¡¡¡Jamás!!!” Permíteme compartirte algo, lo cual deseo que te lleves contigo hoy:

“Nada, absolutamente nada, de lo hayas hecho con amor genuino y como para el Señor, nada se pierde.”

Hubo un tiempo en que pensé: “¡¡¡Tanto sembrar para nada!!!” y me enojaba con Dios (recuerde que usted puede enojarse, lo que no puede hacer es pecar en medio o a consecuencia de su enojo) y andaba yo, toda enojada. Pero veamos lo que dice aquí en 1 Corintios 3:6-9:

Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.

¡Ah, que bien! La Palabra claramente establece que unos tenemos ciertas responsabilidades en el Reino y otros, otras. Con esto también hay límites. La responsabilidad que Dios te dió tiene un límite y eso lo decide El y no tú… ni yo. En algunos casos nos toca sembrar, en otros regar… pero claramente dice que ninguno de los dos “es algo” o sea “cero orgullo, ningún punto extra o algo así”, más en ambos casos la Palabra nos asegura que recibiremos recompensa conforme a nuestra labor. Punto. Es Dios quien da el crecimiento y El decide quien disfruta de ese crecimiento.

A veces miro o pienso en personas en los cuales sembré abundantemente y hoy estamos muy lejos y le digo al Señor: “Yo quería disfrutar de ese fruto que tanto me costó”. Y se me olvida que a mi no me costó nada…que a quien le costó fue a Jesús y no a mí. Que aquí, Él es quien tiene voz y voto. Que mi llamado era sembrar o regar y que el resto es Su responsabilidad. Claro, no significa que no podamos estar pendientes de “esa siembra” o “echar un ojito” a ver como les va, pero es necesario aprender a entender y aceptar nuestro lugar: somos colaboradores de Dios. Dice el verso que somos “labranza de Dios” o sea somos plantas de El y así como mis padres y maestros de Escuela Biblica de una Iglesia Pentecostal “sembraron en mi” hasta mis 12 años, pasando a otra hermosa congregación en la cual “recibí mas semilla y donde fuí regada con abundante agua por 21 años” y fuí a “crecer” en otra linda congregación, cientos de millas de allí, en otra cultura y con otras costumbres, por 5 años… hoy puedo decir: ‘Está bien, tengo paz, lo que sembré fue buena semilla, Dios sabe mejor que yo.”

Al final el versículo 9 dice: … “edificios de Dios”. Somos sus ladrillos, El es la piedra angular, el fundamento y él sabe cómo erigir para sí un edificio sólido. El no necesita nuestra opinión, sino, nuestra colaboración. Te dejo con esta Palabra:

Colosenses 3:23-24: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que el Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”

Al final, mi recompensa no está en el lugar donde yo siembro (fisicamente), sino en los cielos. Yo trabajo como para El… porque la recompensa viene de Él y de nadie más. Hago incapié que esto aplica no solo a tu relación de iglesia (congregación) sino a tu matrimonio, a tus hijos, a tu familia extendida, tus amigos, tu trabajo… todo. No es vano la obra de tus manos. Sigue sembrando buen ejemplo en tu trabajo, con tus compañeros. Sigue sembrando amor a tus hijos, sigue orando por ellos… no ceses. Sigue sembrando a Jesús en tu familia, sigue como planta de Dios, “cultivando a Jesús”. Nada en él se pierde.

Cuando te encuentres y aceptes esta verdad, ya no mirarás hacia atrás con tristeza y añoranza, sino con satisfacción en el corazón y con expectativas de que otros campos están listos para ser sembrados y están esperando por ti. La mies es mucha, los obreros pocos. Así que… saca tus guantes, tu pala… ¡¡¡a sembrar se ha dicho!!!

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