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Aprendamos a ser como niños

Uno de los mayores deseos de un niño en su etapa más precoz es ser algún día un adulto; Y es que, ¿Quién de nosotros alguna vez no quiso ser grande para hacer cosas de gente grande? 

Dentro de esos deseos de grandeza se formaban las imágenes de lo que queríamos ser de adultos. Es más, esa es una de las preguntas más comunes que se le hacían y aún se hacen a los niños en pleno desarrollo: ¿Qué quieres ser cuando grande?

Esa pregunta, normalmente es respondida con heroísmo, pues astronautas, maestros, bomberos, policías, doctores y toda clase de profesiones y oficios nobles son la proyección de sus ideales. Lo que ellos entienden como algo importante y de valor, que aporta no solo a su beneficio propio sino, por contrario, se basa mucho más en ayudar a los demás.

Muy raramente esos sueños heroicos, nobles y desprendidos se mantienen con el tiempo y el crecimiento, pues a medida que vamos creciendo y “madurando” nos vamos tornando en una versión más independiente, desconfiada, menos bondadosa y desprendida, egoísta y muy pocas veces empática de nosotros mismos, ya que entendemos que el mundo no es tan generoso como solíamos creer.

Cuando crecemos, notamos que los intereses de las personas van cambiando de acuerdo al beneficio que les puedan ofrecer. El mundo nos seduce con sus “encantos” y nuestro corazón se va endureciendo de modo que cambiamos los sueños nobles por los sueños materiales y personales, las ambiciones y banalidades, despojándonos incluso de lo que verdaderamente queríamos hacer por lo que nos convenga más en el momento, aun cuando la palabra en Eclesiastés 12:1 dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento”

“También olvidamos cuando crecemos, quien nos debe guiar en nuestras vidas, regularmente decidimos seguir las rutas del mundo que nos alejan cada vez más del reino de los cielos. Olvidamos que somos dependientes aún de la voluntad de Dios, pues hasta el hálito de nuestras narices provienen del Padre.”

Cuando somos niños, poseemos corazones creyentes y llenos de fe; somos receptivos a los sentimientos del Espíritu, somos ejemplos de humildad, obediencia y amor. Cuando somos niños somos los primeros en amar y los primeros en olvidar y perdonar, no guardamos rencores; Por contrario, cuando nos volvemos adultos perdemos gran cantidad de esas cualidades que nos acercan más a nuestro Padre, es por eso que Jesus nos habla en Mateo 18:2-3 “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.”

También olvidamos cuando crecemos, quien nos debe guiar en nuestras vidas, regularmente decidimos seguir las rutas del mundo que nos alejan cada vez más del reino de los cielos. Olvidamos que somos dependientes aún de la voluntad de Dios, pues hasta el hálito de nuestras narices provienen del Padre. Olvidamos por completo imitar las cosas buenas y los buenos ejemplos ya que nos dejamos contaminar con el falso “éxito” del mundo siguiéndole en busca de vanagloriarnos. 

Es por esto que el propio Jesús nos dice en Marcos 10:15 “De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”; pues Jesús sabe y entiende que hemos sido corrompidos por el mundo, y que en su amor y gracia plena nos enseña que para entrar al reino de los cielos es necesario abrir nuestro corazón y convertirlo en lo que era antes de que el mundo nos arrastrara en su corriente.

Por eso, ¡aprendamos a ser como niños nuevamente!

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