Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Los tres obstáculos

Muchos de nosotros, cuando éramos niños, solíamos soñar con conseguir y hacer cosas que para nuestra imaginación eran fantásticas. Teníamos la convicción de ser superhéroes, importantes, con ayudar a nuestras familias o amigos cercanos, incluso ayudar a los más necesitados alrededor del mundo. Queríamos la felicidad para todos sin distinción, y teníamos pues, un corazón bondadoso, inocente, lleno de ánimo y sin dudas de que lo conseguiríamos. 

Sin embargo, al pasar del tiempo, nuestro corazón fue cambiando, endureciéndose, tornándose un poco egoísta, pues ya la duda, el desánimo, y la falta de fe hicieron mella en nuestro afanoso corazón, como consecuencia del mundo que nos rodea. Perdimos la fe y la esperanza de los justos, dejándonos con tres grandes obstáculos que nos alejan de aquel noble corazón, pero que por sobre todo, nos alejan de Dios.

El primero de estos obstáculos es la Duda. En estas alturas de nuestras vidas, ya estamos llenos de cicatrices, de experiencias, de momentos que nos invitan constantemente a no actuar. Hemos condicionado nuestro ser a preguntarnos una y otra vez las cosas antes de hacerlas, creyendo que el resultado depende solo de nuestra experiencia (la mayoría negativas) y nuestra voluntad. Hemos creído que no hay salidas o alternativas para avanzar, y es aquí, como tantas veces, que la palabra nos enseña la importancia de “creer” que existe alguien que nos ayuda en esos momentos de dudas. En Marcos 9:23-24 “Jesús le dijo: ‘Si puedes creer, al que cree todo le es posible’. E inmediatamente el padre del niño clamó y dijo: ‘Creo; ayuda mi incredulidad’.” 

En segundo lugar se encuentra el Desánimo. Cuántas veces hemos intentado, al menos en nuestra mente, buscar soluciones a situaciones que parecen insolubles o indescifrables. Cuántas veces incluso hemos intentado hacer las cosas de diferentes formas obteniendo resultados que no son los que esperamos, cansados de intentar por nuestros medios y en lugar de buscar la ayuda apropiada, claudicamos en nuestro propósito. Es ese momento donde el desánimo se apodera de nuestro corazón, el cual se llena de una soledad a falta de respuestas que nadie puede darnos. Sin embargo, la Palabra nos da un aliento, una indicación de qué debemos hacer cuando el desánimo nos ataca. En Josué 1:9 dice: “No te desanimes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.”

El último obstáculo es la falta de fe. Cuando los primeros obstáculos que nos apartan de Dios aparecen en nuestras vidas, es sencillamente porque hemos perdido la más importante de nuestras convicciones: la fe. Cuando éramos niños, todos nuestros sueños solían ser puros, nobles y  amorosos. Inclusive, éramos ricos sin saberlo, pues ya el reino de los cielos nos pertenecía. Mateo 19:14 “Pero Jesus dijo: dejad a los niños venir a mi, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Sin embargo, no conocíamos la duda ni el desánimo y teníamos solo una cosa de la que ni sabíamos su nombre: fe.

Ahora bien, ¿fe en qué, o en quién, o cómo? ¿Cuáles serían las manos correctas en quien deberíamos depositar nuestra fe? O mejor aún, ¿cuánta fe necesitamos? La Palabra nos revela en Mateo 17:20 lo siguiente: “Jesús les respondió: ‘Por vuestra poca fe. De cierto os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: ‘Pásate de aquí allá’, y se pasaría; y nada os sería imposible”.

Toda vez que que la duda, el desánimo y la falta de fe nos abrumen, tenemos una mano que nos ayuda a confiar, animarnos y hacer creer que inclusive lo que parece imposible a nuestros ojos es posible para quien con su aliento nos dio la vida. Al final, Jesús mismo dijo en Marcos 11:22 “Tened Fe en Dios”. Por lo tanto, te invitamos a que no permitas que la duda, el desánimo o la falta de fe invadan tu mente y tu corazón. Dios es perfecto, y justo, pero también nos da la capacidad de vencer todos los obstáculos que se nos levantan en nuestro camino. 

¡Suscríbete a nuestra lista de correo!