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Más que vencedores

¡Ganar!, y solo ganar; para muchos de nosotros esa ha sido la consigna desde que tenemos conciencia. No se comenta mucho y aunque es un secreto a voces, hasta nuestros padres han sentido satisfacción o frustración por quien caminó primero, habló primero, quien era mejor comportado e incluso, sintieron felicidad y orgullo por quien dejó de usar pañales primero.

¡Si! Desde antes que supiéramos que era competir, aun sin quererlo, hemos sido parte del sistema de competencia, donde en algunos casos es un privilegio ser el primero, y en otros, el privilegio es al menos no ser el último. Hemos hecho de la victoria, parte de nuestra vida diaria para satisfacer nuestro ego, al punto, donde con tal de ganar o no ser el último, no nos importa hundir al de al lado.

Aunque no podamos percibirlo, somos seres competitivos por naturaleza y reforzados en esa conducta socialmente; el instinto de supervivencia y el entorno en el que vivimos nos hace creer que el único objetivo es ser primero, el mejor, el único, la excepción, el más rápido, el más fuerte, fuera de serie, pero siempre en torno a las cosas que mueven al mundo, buscando el aparente “éxito” personal y social pero nunca a nivel espiritual.

Infelizmente para nosotros, todo nuestro entorno se mide en esa secreta rivalidad, aun si no quieres hacerlo, estás en la lista de competidores, pues todo se mide, se califica, se categoriza y dependiendo de tu desenvolvimiento obtendrás uno u otro premio, que no necesariamente es un trofeo de primer lugar, sino un lugar más amplio y vacío en nuestro corazón para que nuestra vanidad o depresión puedan expandirse a placer.

“Infelizmente para nosotros, todo nuestro entorno se mide en esa secreta rivalidad, aun si no quieres hacerlo, estás en la lista de competidores, pues todo se mide, se califica, se categoriza y dependiendo de tu desenvolvimiento obtendrás uno u otro premio…”

No nos confundamos, tener metas, objetivos y querer logros que nos ayuden a superarnos y nos brinden alegrías durante nuestro paso por la tierra, no son deseos negativos cuando están basados en la mejora de las condiciones de vida o el deseo de superación personal. Sin embargo, cuando estos se basan en la competencia (comúnmente maquillada con una falsa humildad), y para demostrar o exhibir nuestros logros a la sociedad y hacer alarde interno o externo de ello, hablamos de cosas totalmente diferentes.

Esta constante necesidad de ganar, además de crear una rivalidad enfermiza con todo y con todos, trae consigo innumerables efectos negativos, sobre todo para los que no conseguimos descubrir la fórmula tan ansiada del éxito, pues nos hace caer en la trampa emocional de que no valemos por no ser ganadores, generando depresión, ansiedad o tristeza, colocando nuestros ojos en objetivos banales pero accesibles, como por ejemplo, al menos ser el primero, en tener el teléfono o el carro del año.

Creamos o no, esto sucede en cada área a nuestro alrededor: en el trabajo u oficina, en el gimnasio, la escuela, competimos por el mejor parking donde vamos, en la tienda, competimos por quien viste mejor, quien habla o canta mejor, quien es más veloz. En fin, en cada rincón de nuestra vidas nos visualizamos en una constante, agotante y asfixiante necesidad de victoria, olvidando por completo que nada de ello nos llevará a la eternidad.

Como sucede en la mayoría de los casos, en Dios, las cosas funcionan un poco diferente a la que nosotros y el mundo estamos acostumbrados. Desde la salvación, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2:8/9, hasta la muy famosa cita de Mateo 20:16. “Así, los primeros serán últimos, y los últimos, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.”

Necesitamos entender, que las cosas realmente importantes son etéreas, sublimes y no son dadas por las cosas de este mundo. Es bien sabido que puedes comprar una casa, pero no un hogar, una cama, pero no descanso, medicina, pero no salud, socios, pero no amigos, obsequios, pero no amor, puedes tener todo, pero no paz, porque, todo lo noble, todo lo bueno, todo lo grandioso, fue, es y será, un reglado del Padre. Santiago 1:17. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.

Quiere decir, que no importa cuántas veces nos veamos vencedores y ganadores de premios, medallas, o quizás favores, tampoco importa si no te encuentras en la lista de exitosos, famosos y elocuentes, o si simplemente estás intentando luchar con las circunstancias de la vida, recuerda que ya todo lo tienes a tu alcance, solo debes dejar que Dios obre, en ti. Romanos 8:37 “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”

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