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No te canses de hacer el bien.

13 Y vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien. 2 Tesalonicenses 3:13

En un mundo como el nuestro, que cada día vive más a prisa, donde la información viaja a velocidades increíbles, donde todo cada vez es más globalizado e “instantáneo”, es bastante común vivir con una aceleración constante que nos permita sobrevivir al día a día veloz que se nos presenta, días retadores, frustrantes en algunos casos que ponen a prueba nuestra más básica capacidad: la paciencia.

Existe la errónea idea de que para todo debemos tener una respuesta instantánea, que nuestros deseos deben ser cumplidos satisfactoriamente de forma inmediata, o que nuestros buenos pensamientos están alineados con la inmediatez de merecerlo todo, muchas veces sin ni siquiera haber sembrado para cosechar algún resultado positivo. Para muchas personas, el concepto de paciencia es sólo tolerar desgracias, adversidades, cosas molestas u ofensivas, con fortaleza y sin quejarse. Sin embargo, para otros se define como la “calma o tranquilidad para esperar”. Ahora bien, esperar  con calma y tranquilidad en estos tiempos es altamente retador, pues entramos en el vórtice de ver los resultados de los demás, logrando metas “aparentes” con resultados “instantáneos” muchas veces sin importar el cómo fueron conseguidos.

Es entonces cuando comenzamos a desesperarnos por que no vemos el fruto de nuestro esfuerzo, comenzamos a pensar que no vale la pena seguir teniendo paciencia haciendo el bien, nos sentimos cansados y nos vemos en la tentación de tomar caminos erróneos para lograr nuestros cometidos, pues la apariencia de que lograr las cosas por cualquier medio sin importar cuánto mal o daño se hace queda impune, fuera de juicio y sin consecuencias que pagar. Es por eso que tenemos que recordar que la Palabra dice, en Gálatas 6:9:

“…no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos, si no nos damos por vencidos”. 

Todo fruto viene a su tiempo.

Imagina que siembras un árbol de fruto, desde que es una semilla. Desde antes de sembrarla, debes preparar el terreno, ararlo y procurar hacerlo fértil para luego comenzar a sembrar. Luego de la siembra viene un tiempo de cuido, donde se debe regar la semilla, para que brote en su tiempo. Luego comenzará a crecer y eventualmente, si continúas cuidando de ese árbol, dará sus frutos.

Ahora bien, probablemente en este tiempo tu estas viendo a alguien comiendo los frutos de su árbol, que debió pasar por todo este proceso y esperó con paciencia y haciendo el bien, mientras te lamentas que el tuyo aun no da frutos. O peor aún, ves a quien come del fruto sin importar si ese fruto es producto de su esfuerzo o producto de que lo compró o tomó de alguien más, en otras palabras, que ese fruto es suyo, pero no tiene propiedad ni derecho sobre el árbol que lo brinda. Lo mismo sucede con el resto de las cosas que nos rodean. Nos dejamos llevar por el auto que otro tiene, la casa que otro posee, la familia feliz de alguien más, los bienes que otro sustenta, las ideas que otros defienden, el dinero que abunda en alguien y hasta el reconocimiento que vemos en otros. Nos dejamos llevar por sus “aparentes” logros, sin saber si ellos están recogiendo sus frutos, producto de la paciencia y de hacer el bien o si por contrario han sido conseguidos de forma deshonesta o egoísta, aun cuando en la palabra en Proverbios 13:11 nos advierte que: “Las riquezas de vanidad disminuirán; Pero el que recoge con mano laboriosa las aumenta”.

Por lo tanto, siempre que siembres el bien, te será recompensado en aumento, no solo aquí en la tierra sino también ante la presencia de Dios. Sabemos que en ocasiones parece agotador, pero no existe otra manera de mantenerse en los caminos del Señor sino es haciendo el bien, aunque en ocasiones parezca que el impío, el corrupto, el ladrón, el que miente, el que hurta, el que blasfema, el que odia y genera angustia y oprime tuvieran una aparente victoria. La Palabra nos dice en Proverbios 11:5 “La justicia del perfecto enderezará su camino; Mas el impío por su impiedad caerá”

Es por esto que en la Palabra nos dice en 2 Tesalonicenses 3:13 “Pero vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien.” Por lo tanto, te exhortamos a que aunque no veas el fruto, persistas en sembrar la buena semilla. Sirve a otros, da lo mejor de ti; aprende de la Palabra, crece en el conocimiento, trabaja por tus sueños, pero también da a otros lo mejor de ti, incluso si sientes que otros no dan lo mejor de sí. Estamos seguros que, a su tiempo, recibirás el fruto de lo que sembraste. ¡No te canses de hacer el bien!

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