Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Si crees, ¡El sí quiere y sí puede!

La incredulidad, más allá de ser lo que define el diccionario como repugnancia o dificultad de creer en algo, es una condición enfermiza, no solo intelectual sino además espiritual, que nos confunde, castiga, desorienta y nos hace dirigir la mirada y nuestro andar a caminos o salidas oscuras y complicadas, sólo por el hecho de no creer que existen más opciones.

A todos los seres humanos nos ha arropado la incredulidad en algún momento. Nos ha seducido en su sueño, a veces de forma repetitiva y a veces sólo cambiando formas y contextos. Somos por excelencia seres humanos escépticos, pero sobre todo, ante las cosas positivas. 

Las buenas n​​oticias o las situaciones favorables, son con diferencia escandalosa, más difíciles de creer que nuestras cotidianas “malas” situaciones. Estas últimas, las esperamos con resignación y aceptación, pues nuestro mundo nos ha llevado de a pocos, a ser incrédulos de lo bueno, hasta un punto, que nos maravilla ver una noticia buena. Nos parece “milagroso” que a alguien le puede suceder algo bueno, a la vez que decimos a nosotros mismos, “eso nunca me pasará a mi”.

Podemos observar con esta conducta muy humana, que sí decidimos creer, pero la gran mayoría de las veces sólo en lo que no es favorable para nosotros, creando una cerca imaginaria donde dejamos del lado dentro la aceptación y la credulidad de las cosas y posibilidades negativas y dejando fuera las buenas situaciones de las que nos acostumbramos a mirarlas detrás de la barrera.

Una vez que nosotros y nuestra sociedad que colabora incansablemente en ayudarnos a construir esa cerca mental y emocional, comenzamos a mirar, anhelar, suspirar y soñar con las cosas buenas que quedaron del lado fuera; peor aún, vemos desde nuestro encierro, cómo otras personas consiguen aparentes victorias, clasificadas como cosas buenas, y en lugar de querer abrir nuestra prisión para ir por cosas hasta mejores, deseamos es solo intercambiar la celda.

“…Es en este punto donde todo se complica, pues nos gastamos la vida en una prisión, autocondenándonos, en lugar de buscar la salida de nuestra cárcel. Tenemos la convicción de que nada ni nadie puede o quiere ayudarnos, pues creemos que todas las personas viven en su propia celda, en las mismas condiciones, sin salida alguna y sin atrevernos al menos a pedir ayuda, pues nuestra condena como muy grande.”

Sucede, que esto no solo ocurre a nivel personal, emocional o incluso a nivel material; también ocurre a nivel espiritual. Creamos con el tiempo una prisión con cada pecado que cometemos, donde nos auto juzgamos y condenamos de acuerdo a los pecados del prisionero de al lado, sintiendo alivio si el compañero de prisión está en una celda menor y sintiendo pena por nosotros mismos si el del al lado tiene una condena menos pesada que la nuestra.

Es en este punto donde todo se complica, pues nos gastamos la vida en una prisión, autocondenándonos, en lugar de buscar la salida de nuestra cárcel. Tenemos la convicción de que nada ni nadie puede o quiere ayudarnos, pues creemos que todas las personas viven en su propia celda, en las mismas condiciones, sin salida alguna y sin atrevernos al menos a pedir ayuda, pues nuestra condena como muy grande.

Seguramente en este momento ya has visualizado en tu mente el tamaño de tu prisión. Estarás pensando en lo pesado de tu condena y te estarás preguntando cómo salir de ella, aún creyendo que no es posible. Es aquí, donde quiero compartir esta buena noticia contigo: dice la palabra en Marcos 1:40 “Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.”

Lo primero que debemos aceptar es que Dios sí puede y sí quiere ayudarte a salir de cualquiera de las prisiones en las que te encuentres, aun cuando creas que tu culpa es demasiado grande o que tu condena es demasiado pesada. Quizás porque simplemente te sientes indigno de su ayuda; aun así, la palabra nos enseña en Mateo 8:7-8 y 13, que aunque no te sientas digno, si crees en él, vendrá y serás sanado! “Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.” “Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.”

Hasta hoy, has creído en personas y te han fallado, has creído en ti mismo y te has decepcionado, has creído que todo iba a mejorar cuando todo se vino al fondo, has creído que no hay salida ni solución, has creído en tantas cosas y todas te han lastimado, sin embargo, es necesario creer una vez más, pero esta vez, en aquel que NUNCA falla, abandona, desprecia, olvida o juzga, cree en aquel que dio la vida por ti, aun sin merecerlo, para que vivas libre y eternamente.Juan 11:26. “Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”.

No importa realmente cuál es tu condición el dia de hoy, cuán oscuro pueda ser tu panorama, cuán sombrío parece tu destino, cuán alto has construido tu prisión y cuánto tiempo has permanecido en ella, aun estas a tiempo de salir de esa celda y vivir, no solo una vida de mayores bendiciones, sino además, hacerlo con gozo y eternamente, solo debes de creer en él, porque él puede y él quiere, que su hijo pródigo regrese a casa. 

Leave a comment

¡Suscríbete a nuestra lista de correo!